jueves, 10 de mayo de 2012

Guerreros del Ocaso - Epilogo a la Primera Parte

Historial del libro:
Introduccion
Capitulo 01
Capitulo 02
Capitulo 03
Capitulo 04
Capitulo 05
Capitulo 06
Capitulo 07


Ha pasado tiempo, pero volvemos la carga con la continuación de esta novela de fantasía épica.
En esta ocasión, presento el epílogo con el que cierra la primera de las tres partes del libro y comienza la segunda.


EPILOGO A LA PRIMERA PARTE.

PROLOGO A GHULDRA

LOS DOS ÚLTIMOS DIOSES.

            En la oscuridad sonó una leve carcajada desprovista de alegría.

-- Se acabó –dijo una voz, la que se había reído-. Finalmente has perdido.
-- No ha sido sin duda por tu poder, ni por tu forma de usarlo.

            La segunda voz era suave, susurrante, y terriblemente sarcástica.

-- Tienes razón en eso, pero no soy yo el orgulloso –contestó la primera voz, grave y serena-. Me basta con saber que después de todos estos siglos, ha merecido la pena quedarse aquí.
-- Bah. Intentas convencerte de que tu presencia ha valido de algo.
-- Y así ha sido. ¿Te atreves a negarlo?
-- No, no, su magnánima deidad –croó la voz, irónica-. Sin duda has sabido despertar muy bien al niño cuando ella estaba en problemas. Casi llegaste tarde alguna vez, pero un dios no puede estar atento siempre, ¿no es así?
-- No sé a qué te refieres –exclamó la voz, perdiendo momentáneamente el control-. Los he ayudado, igual que a todos los anteriores, y al fin han pasado la última prueba.
-- Pero no ha sido por ti. Debes admitir eso. No se puede influir en el corazón de un mortal. Esa es la regla. Nos sirven o no, pero no se los obliga. ¿Acaso lo has olvidado?
-- ¿Dónde quieres ir a parar?

            La susurrante voz rió levemente antes de hablar.

-- Lo han conseguido. Después de más de sesenta años alguien ha rescatado el arma de este mundo muerto para llevarla a Ghuldra, y no puedes admitir que al final, no ha sido por tu intervención. Las ayudas en los momentos difíciles, sacarlos del sueño en el último instante, darles un último soplo de vida antes de hundirlos en el agua... todo eso ha pasado decenas de veces, Duobohr. Yo no podía hacer mucho, como comprenderás. Sólo tratar de pillarte desprevenido alguna vez. ¿Sabes por qué no me preocupaba? ¿Sabes por qué descansaba cuando quería, y te dejaba actuar libremente? –La voz se hizo más susurrante, y habló en un tono más bajo-. ¡Porque eran míos! Puedes salvar sus vidas, estúpido hermano, pero sus corazones son míos. Siempre lo han sido hasta ahora –soltó una carcajada antes de continuar-. De nada te servían tus desvelos, de nada vigilarme continuamente para saber dónde iba a actuar. Todo era un juego, y todos y cada uno de ellos, cayeron antes o después en la auténtica trampa. La ambición es algo arraigado en el arma mortal. El oro encantado no fue idea mía, sino de ellos, los esbirros de ese estúpido mago. ¿No te resulta encantadoramente irónico que nuestra presencia aquí no haya, a fin de cuentas, servido para nada, salvo para entretenernos?
-- Te he mantenido a raya –sentenció firme la primera voz-. Y he ayudado a estos últimos para que consigan su propósito.
-- No, Duobohr. Has jugado conmigo... y con más de cien peones de ajedrez. En cuanto a lo segundo, te repito que no has tenido nada que ver en que consiguieran “su propósito” –dijo estas últimas palabras con una burda imitación del tono que había usado el otro dios-. Ella era especial. La piedra lo dijo, y tenía razón. Algo en su interior... Y es curioso, porque cuando la vi por primera vez llegar a este mundo, cuando supe lo que pensaba, lo que sentía, estuve seguro de que ella sería mía también. Su interior es un caos. Supongo que eso es lo que la ha hecho imprevisible.

            La voz grave guardó un prolongado mutismo, y la sarcástica también. En el aire volvió a hacerse el tan conocido silencio. Finalmente, el primero volvió a tomar la palabra.

-- Me preocupa otra cosa.
-- ¿A ti, oh deidad?, ¿qué podría ser?
-- La roca habló demasiado. Les dijo Su Nombre.
-- ¿Te refieres a aquella exclamación? ¡Ja!
-- Tiendes a dejar de lado asuntos importantes, Thálbhar –le recriminó la voz grave-. Podrían hablar en Ghuldra.
-- Sabes perfectamente que no estaban preparados para conocer de Él –le quitó importancia al asunto con voz susurrante-. Sin duda ya habrán olvidado Su Nombre. Es más, es posible que ni siquiera lo oyeran cuando la piedra lo mencionó.
-- En caso contrario, sin duda te daría igual, ¿no es así? Me pregunto si no debería ir a Ghuldra para asegurarme de que guardan silencio.

            El aire se llenó de carcajadas, tan agudas y gélidas como esquirlas de hielo.

-- ¿Pero que oyen mis oídos? ¿Tú, violando las reglas del mismísimo Uglion? Y yo que me tenía por un dios negro. Sabes perfectamente que el panteón de Ghuldra está completo, y aunque aquellos malditos pusilánimes se mantengan al margen de su historia, eso no significa que no se unieran contra ti en cuanto asomases tu divina nariz. Además, ¿qué ibas a hacer si llegara el caso?, ¿matarlos? Dubohr, la historia ha escapado de tus manos, y también de las mías. Lo que ocurra ahora será asunto de los habitantes de aquel mundo.
-- Quizá te equivoques –le respondió la otra voz-. Esta batalla podría tener muchas más implicaciones de las que piensas. Tanto si vence el hechicero, como si son los magos blancos. En cualquier caso, el paso entre los mundos quedará restablecido para los mortales.
-- Pero igualmente limitado por las reglas naturales. ¡Me encantaría que esto estallase! –la voz susurrante se había vuelto por un segundo vehemente- Ya lo sabes, pero me temo que todo esto no será más que otra chispa de la fragua que muere al llegar al frío suelo. No sé que harás tú, pero creo que yo voy a dar un largo paseo. Mil años de estancia son muy poco para sólo medio siglo de diversión. El Hacedor no se detiene, y ha tenido mucho tiempo. Sin duda alguna, los nuevos mundos serán más interesantes que los antiguos. Este debió morir hace mucho tiempo. Ya es hora de que eso ocurra.
-- En ello convengo, Thálbhar. Los demás dioses se fueron hace demasiado tiempo. Ahora que el arma ha llegado a Ghuldra, Rahoman no tardará en destruir todo este palacio, y acabar con sus criaturas, otra muestra más de que el mal siempre se vuelve contra sí mismo.
-- Sólo los idiotas escarban bajo sus propios pies –siseó la voz-. Quizá no me has oído llamar estúpido antes al hechicero. No ha sido por ayudarlo por lo que he estado aquí novecientos años, te lo aseguro.
-- Tampoco lo has perjudicado.
-- Bah, me he divertido. Y ahora me iré. Es hora de empezar algo en serio en otro lugar. Dentro de muy poco, como has dicho, aquí no quedará nada más que desierto.
-- El desierto eterno. Así lo llamaban los mortales que viajaron aquí cuando podían. Creo que también yo me marcho. Al igual que tú, tengo curiosidad por saber en qué ha empleado el tiempo el Grande. Dejemos que este mundo haga finalmente honor a su nombre.
-- Sí. Por cierto, Dubohr, he de admitir que me has ganado por la mano en un asunto. No creas que no me di cuenta, aunque fue demasiado tarde para que pudiera hacer nada. Debí haber supuesto que un dios blando como tú les ayudaría hasta el último momento.
-- ¿Te refieres a lo del túnel de luz? No podrías haber hecho nada de ninguna manera. Además, la piedra ya lo había dicho. No podía dejar que los tuyos tuvieran una ventaja excesiva allá en Ghuldra.
-- Los míos allá en Ghuldra –afirmó con otra imitación de la voz grave de Dubohr-, no moverían un dedo aunque Uglion les ayudara con su poderosa mano. Pero, bien pensado, tu acción hará de contrapeso a la ventaja de Rahoman, aunque a pesar de ello no baste para salvarlos.
-- Eso, como muy bien has dicho, ya no depende de nosotros.
-- Si. Bueno, es hora de partir. Quizá nos volvamos a enfrentar algún día –siseó la voz.
-- Tal vez. La eternidad es muy larga. Podríamos ser llamados a un mismo mundo.
-- Así es, pero no lo desees, hermano. No lo desees.

            Cuando volvió el silencio, esta vez fue para siempre.